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ARMAR UN FULL
16/09/07
  Doce Desde el momento en que se separaron supo que el recuerdo lo iba a perseguir por siempre. El problema radicaba en que lo sucedido trascendía el orden de lo racional para instalarse alli en lo instintivo, en lo celular, en lo básico y animal de todo hombre: el sabor del sexo por el sexo mismo. Los fragmentos de esa noche no se albergaban en la corteza cerebral si no en cada uno de los poros de su piel; cada terminación nerviosa de su cuerpo guardaba una imagen sensorial imposible de definir con palabras. Y eran estos impulsos los que le nublaban el pensamiento cada vez que intentaba convencerse de que era victima de una criatura que él mismo había creado con los más oscuros pedazos de su inconsciente.
Ahi estaba ella: su estilizado y lozano cuerpecito serpenteando por la grotezca humanidad masculina, sus ojos negros inquisidores (que rebelaban una perversa conjunción entre curiosidad y lascivia), su boca, su lunar, su lengua, sus labios, sus manos, toda ella dispuesta como una maquinaria en pos del placer oral. Eran flashes que se clavaban como miles de espinas en su hipotálamo. Los pechos que se erguían a las ordenes de su lengua que azotaba sin piedad aquellos pezones en busca de un orgasmo interminable. O la pelvis, que pugnaba por mantener la compostura ante cada espasmo gracias a sus agitadas caracias por la suave y húmeda carne. Todos aquellos eran shocks recurrentes cada vez que la cordura intentaba apoderarse de sus acciones en esos momentos en que su voluntad flaqueaba. Sabía que no debía llamarla: era su responsabilidad moral por haber aceptado jugar este juego de perversion. Después de todo tenía tan sólo veinte años... 
17/05/05
  Once Al fin y al cabo todo termina por aburrir. Ella sentada al otro lado de la mesa asentía con la cabeza por reflejo mientras su mano izquierda buscaba con desesperación el enésimo cigarrillo dentro del bolsillo del sobretodo. Afuera la locura era la de siempre, el trajín del llegar a ninguna parte se sentía en el aire. Hubiese dado lo mismo desfigurarle la cara de un golpe o quitarle suavemente el flequillo de la frente, todo siempre daba lo mismo. La farsa del sexo desenfrenado, las simulaciones de violación o las escapadas en lugares públicos, ya nada tenia el sabor de antes. Igual no era eso lo que te impregnaba la lengua con ese sabor seco. Era la maldita esperanza, la puta posibilidad latente del qué habría pasado si. ¡No tenés huevos! te repetías hasta el hartazgo. Los mismos huevos que no tuviste para apretar el gatillo después de tener el caño frio de la .45 en la boca por media hora. Pero hasta ese morboso ejercicio había aburrido. 
05/01/05
  Diez Por esos caprichos del destino, la noche nos depositaba de nuevo en las inmediaciones de la rivera.Ella tenia puesta su tipica remera negra, de mangas muy cortas -entallada hasta el hartazgo- que dejaba entrever su ombligo y el nacimiento sinuoso de sus caderas. La madrugada se presentaba agradable, con una brisa que alivianaba la tipica pesadez de Baires en esta epoca. Recuerdo haberle preguntado si estaba cansada y si queria que buscaramos un taxi. Su respuesta fue -tipicamente ella-:"qué?! ya tenes sueño??!!!". No pude terminar de generar la clasica mueca (mezcla de "por que no te vas...", sumado a cara de feliz cumpleaños), cuando una inesperada lluvia se desplomó sobre nuestros cuerpos. Yo atiné a correr buscando refugio; pero ella -con grandes reflejos-tomo mi brazo y me invito en silencio a acompañarla a disfrutar de ese misterioso espectaculo que propiciaba el correr de las gotas por su piel. Sin soltarm, inclino su cabeza hacia atras, y -con sus ojoscerrados- dejo que la lluvia le mojara el rostro. Se incorporó nuevamente, me miró fijo y se sonrió. La imagen de su cara -que tenia un fulgor inusual generado por el reflejo de las luces de freon en la humedad de su piel- llena de paz y de sus ojos negroprofundo escrutando cada centimetro de mi persona, hicieron que me vea inexorablemente atraido hacia sus labios. Entonces la tome, rodeando su insinuante cadera con una mano y dejando que la otra se filtrara por sus cabellos asiéndola de la nuca. Primero se juntaron nuestras frentes, luego rozaron las narices, y finalmente, los labios se trenzaron en una contienda de pasion sin control. Pero a pesar de lo incontrolable del insitinto, sus labios parecian manecillas color rubi que acariciaban tiernamente mi boca. Y su lengua hacia las veces de brazo que me envolvia en un abrazo apasionado. Nuestros pechos se juntaron. Y lo agitado de tu respiracion,alimentaba a mis extremidades, que cada vez abarcaban más de ti. Y ahora la lluvia corría como un zurco por nuestros cuerpos fundidos. Y por más que tuviera mis ojos cerrados, te podia ver en toda tu magnitud. Ysentir el latido aceleredo de tu corazon; y oler la fragancia de tu piel; y palpar la humedad en tus poros; y percibir cada pulgada de tu cuerpo. Y te besaba, entonces te besaba.
 
18/08/04
  Nueve Te incorporaste sobre el respaldo laminado imitación de marmol negro de la cama. Para tu desgracia, cuando miraste a tu lado ella seguía alli. Yacía inmovil, diáfana. De no haber sido por sus mínimos movimientos estertóricos que ocurrían de cuando en cuando, habrías pensado que estaba muerta. Ja! muerta....Cuanta dicha tendrías que tener para que eso te ocurriera algún día. Manoteaste con desesperación la mesa de luz a tu derecha esperando encontrar el atado de cigarillo que habías visto minutos antes cuando el alcohol lo nublaba todo. Mientras encendías el anteúltimo cigarrillo, la volviste a mirar fijamente, como buscando una respuesta. En realidad no buscabas una respuesta, en realidad tratabas de justificarte a vos mismo el por qué de los acontecimientos. Tanto esfuerzo, tantos sacrificios, tantas concesiones se fueron al tacho en apenas cuarenta minutos. Pero eso no era lo que realmente te molestaba, te molestaba saberte débil. Te molestaba el hecho de que, por más resuelto que te mostraras, ella siempre iba a terminar gananado. Te molestaba conocer su talón de aquiles y no tener los conjones para lastimarla cuando era debido. Te molestaba saber que si ella hubiese estado en tu lugar no habría dudado ni un segundo en tomar la decisión, como lo hiciste vos. Una densa bocanada de humo se escapó por el costado entreabierto de tu boca. "Y si la mato?", pensaste. Nadie podría culparte, después de todo, motivos tenías de sobra. Además, nadie sabia de tu presencia aca. Ni al más perverso de los seres se le podría ocurrir que después de lo acontecido alguien pudiese tener la cabeza tan enferma como para volver a acostarse con esa persona. Sigilosamente recogiste una de las almohadas con tus dos manos. Te dispusiste perpendicular a su cuerpo desnudo, tomaste aire como si fuese la última vez y te avalanzaste sobre su cabeza. Todavía te dura el dilema sobre si sus últimos alientos los gasto pidiendo ayuda o diciendo "te amo".
 
10/08/04
  Ocho El vino había corrido en buena medida mientras comíamos. Calculo que la mezcla entre el alcohol, la saciedad de estómagos y el tabaco tendría bastante que ver con nuestra displicencia hacia la vida en ese momento. Pequeño tomó un libro de su maletín y empezó a leernoslo en voz alta. El fragmento hablaba sobre filosofía, sobre la soledad, sobre la tristeza, los desamores...bah, sobre la vida en sí. Oblicuo a él, yo intentaba concentrarme en sus palabras, pero ver de reojo como los cabellos de Abril se enredaban en sus dedos mientras jugueteaba hacía de ésta una tarea imposible. Después de 4 botellas de un muy sabroso Syrah, podrán imaginar que nuestro talante no era el mejor; sin embargo, uno podía describir una preocupación aparte en sus ojos negro profundo. Éramos sólo nosotros tres en toda la inmensidad de ese palacete de mediados del siglo pasado. La voz de Pequeño sonaba constante y melancólica, cubriendo de manera eficiente la falta de música que se había producido luego de que la púa marcara el final del disco. Y ahí fue cuando comenzó mi miseria: levantó bruscamente su cabeza (que hasta ese momento estaba tendida sobre la mesa), clavó su mirada en la mía y esperó -como quien escrudiña un territorio desde la altura-. Fueron segundos, milésimas quizás, pero para mi fue una eternidad, me parelicé. Entonces, aprovechando que la mirada de Pequeño estaba absorta en las letras de aquel libro, tomó mi mano, se sonrió y se echó a dormir sobre la mesa.
 
30/07/04
  Siete Debian ser las dos de la mañana. Caminé un par de cuadras hasta una esquina transitada con intención de convencerme que tomar un taxi iba a ser mucho más saludable que seguir caminando las quince heladas cuadras que me separaban de destino. Siempre tuve una extraña paranoia con los taxis. No acostumbro a tomarlos, soy más del transporte público o -cada vez que la paga me lo permite- de autos alquilados. Dejo pasar unos siete autos hasta que finalmente el conductor del octavo me genera confianza. Bah, en realidad confianza no era la palabra exacta, más bien complicidad. Lo paro, me subo y le indico la dirección de destino. No hablo, nunca hablo excepto que la situación lo amerite. Pierdo mi mirada en los habitués de los jueves de trampa que circulan por la calle. Mechi... no recuerdo qué me enfurecía más, si su entorno y background de alta sociedad, o sus ínfulas de diva que sucumbían en su desastrosa carrera como "actriz" de musicales. A pesar de esos detalles, la pequeña (sobrenombre que había decidido ponerle respecto a la diferencia de edad entre ella y yo) si que sabía conseguir lo que buscaba. Sin ruborizarse, en más de una oportunidad me había contado las innumerables cantidades de veces que supo nivelar su carencia artistica con su extraordinario uso de la boca -y no precisamente para cantar- para obtener protagónicos en algunas obras. Lo nuestro había sido furtivo, apasionado y sumamente concreto: lo único que nos interesaba era el sexo. Nada de jueguitos infantiloides ni escenas de novela de las cuatro, nuestro ambiente natural era la cama. De todas maneras, lo que a mi más me gustaba era esa puesta en escena que armábamos para inventarnos pasados y profesiones ficticias que ocultaran la realidad. Nunca nos dijimos nuestros nombres completos verdaderos, ni nuestras direcciones, ni -mucho menos- nuestras historias pasadas; preferíamos inventarlo todo. Lo unico que teníamos por cierto eran sendos números de celular y la certeza de que yo era un regular en la Maison de la Bonaventure, lugar donde nos habíamos conocido. Supimos tener buenos momentos. Finalmente, hace cinco años, ella se embarcó en una compañía teatral que recorria el mundo. El último recuerdo que tengo es el aroma a vainilla que desprendían sus hombros mientras le desabrochaba el corpiño en el baño del aeropuerto. "Por donde te dejo?" me consulta el taxista para traerme a la realidad. Pago, me abrocho el gamulán y bajo. Mientras dudo frente al portón oxidado de la casa releó el mensaje en la pantalla del telefonito: "todavía tenes imaginación para nuevas historias?,  Mechi"
 
03/03/04
  Seis La fonda del armenio -que quedaba a la vuelta del departamento- me habia servido en varias oportunidades, no solo para suplir mi falta de ganas para el "one person only cooking", sino como pantalla gratuita de este reality show llamado vida.
Eran alrededor de las tres de la tarde. Yo -simpre que podia- me sentaba en una de las mesas de la esquina, que lindaba con el ventanal que daba a la avenida, y que me permitia monitorear casi todo el movimiento del bar. A unas 3 o 4 mesas, de espaldas a la calle, una rubia -30 años aproximadamente- se movia inquieta en su silla, revisando la hora en su reloj casi continuamente. Tomaba un cafe -bah, lo tenia de adorno sobre su mesa-, cargaba con un portafolio pequeño y algunas carpetas; con su mano izquierda sostenia un celular minimo que chequeba casi en sincronia con el reloj. Al principio no me llamo mucho la atencion, es decir, no mas de lo que generalmente me llaman las mujeres vestidas en atuendos de negocios. Como otro bocado del menu de ese dia -tallarines a los 4 quesos con postre y bebida incluida- mientras miro desconcertado mi libretita de apuntes. La hoja en blanco no me devuelve mas que la misma sensacion de vacio con la que originalmente la mire -por lo cual- vuelvo a perder mi mirada en el interior del recinto. Cuando paso nuevamente por su mesa, noto que ahora esta sentada de perfil, con sus bellas piernas -envueltas en medias oscuras- posando sobre el pasillo. Mi rostro es la escala obligada en el paneo que realiza entre su panorama de la calle y la pantalla de su celular. Tres segundos de "eye to eye contact" me bastan para saber que levantarme de mi mesa seria solo una perdida de tiempo. De todas maneras, me intereso por la historia. Que -o quien- es lo que la tiene tan intraquila? Recien ahora, noto que de espaladas a ella -y haciendo de cuenta que nada le importan los movimientos estertoricos de su vecina- almuerza un hombre, de unos cuarenti largos, tambien de camisa y corbata, muy atildado, cuyo cabello atestigua el paso de los años, mas remite a una excelsa melena que -seguramente- supo hacer estragos en sus años mozos. Las condiciones estan dadas, que comience la accion. Ella zurca los caminos de la impaciencia y la insertidumbre, tratando de encontrar respuestas en un telefono que nunca suena. Se vuelve a voltear, mira a la calle...y nada. Entonces toma el toro por las astas. Saca su agenda de su -tambien minima- carterita a tono, marca un numero, retorna a su posicion de perfil, y mientras espera que alguien atienda, le hace un comentario "simpatico" al hombre detras suyo, quien ya no puede ocultar sus ganas de ver qué es lo que sucede. El asiente -igualmente "simpatico"- y se genera el tipico "small talk" interrumpido abruptamente por una voz que responde del otro lado de la linea. El recupera su posicion de comenzal desinteresado, pero -con el ojo atento- se puede notar que su cara esboza un "halo" de Valentino tercermundista. En sus ojos se adivina un "todavia tengo la magia de cuando saliamos con la barra". Subitamente, un morocho, alto, en saco de cuero negro, con varios rollos de papel -simil planos-, entra en escena. Se acerca a la mesa de ella. El novio?! no, se saludan con un apreton de manos, estrictamente negocios. Hace ademanes de ir a pedir algo a la barra, ofrece traerle algo, pero ella se rehusa. En su paso hacia el fondo del bar, saluda -como quien saluda a un ciudador de garage, cuando esta sacando el auto- al hombre , quien segundos luego le aclara a la rubia :"si.....nos conocemos del barrio..". Los olvido por unos minutos, considerando que ya toda posibilidad de romance furtivo ha quedado en el pasado. Apoyo mi frente en el vidrio y me pierdo en el transito agitado de la avenida. El ruido de la puerta de calle me trae de nuevo a la realidad. Es el morocho que se esta yendo. Vuelvo mi mirada a la escena del crimen. Ella toma notas en su agenda, ordena papelerio, termina su -probablemente helado- cappuccino. El fuma reclinado sobre el respaldo de su partenaire, disfrutando el cortado de sobre-mesa con la mirada perdida. Su transe se ve interrumpido repentinamente por el movimiento de la silla de ella, quien se levanta de la mesa, se dispone frente a él y entrega una tarjeta en donde señala su numero de telefono. El contempla el bambolear de sus caderas abandonando la fonda, mientras traslada esa sonrisa que antes moraba en sus ojos, a su boca.  
La nada sobre la nada misma. La ficcion no siempre yace tan lejos de la realidad

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