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ARMAR UN FULL
03/03/04
  Seis La fonda del armenio -que quedaba a la vuelta del departamento- me habia servido en varias oportunidades, no solo para suplir mi falta de ganas para el "one person only cooking", sino como pantalla gratuita de este reality show llamado vida.
Eran alrededor de las tres de la tarde. Yo -simpre que podia- me sentaba en una de las mesas de la esquina, que lindaba con el ventanal que daba a la avenida, y que me permitia monitorear casi todo el movimiento del bar. A unas 3 o 4 mesas, de espaldas a la calle, una rubia -30 años aproximadamente- se movia inquieta en su silla, revisando la hora en su reloj casi continuamente. Tomaba un cafe -bah, lo tenia de adorno sobre su mesa-, cargaba con un portafolio pequeño y algunas carpetas; con su mano izquierda sostenia un celular minimo que chequeba casi en sincronia con el reloj. Al principio no me llamo mucho la atencion, es decir, no mas de lo que generalmente me llaman las mujeres vestidas en atuendos de negocios. Como otro bocado del menu de ese dia -tallarines a los 4 quesos con postre y bebida incluida- mientras miro desconcertado mi libretita de apuntes. La hoja en blanco no me devuelve mas que la misma sensacion de vacio con la que originalmente la mire -por lo cual- vuelvo a perder mi mirada en el interior del recinto. Cuando paso nuevamente por su mesa, noto que ahora esta sentada de perfil, con sus bellas piernas -envueltas en medias oscuras- posando sobre el pasillo. Mi rostro es la escala obligada en el paneo que realiza entre su panorama de la calle y la pantalla de su celular. Tres segundos de "eye to eye contact" me bastan para saber que levantarme de mi mesa seria solo una perdida de tiempo. De todas maneras, me intereso por la historia. Que -o quien- es lo que la tiene tan intraquila? Recien ahora, noto que de espaladas a ella -y haciendo de cuenta que nada le importan los movimientos estertoricos de su vecina- almuerza un hombre, de unos cuarenti largos, tambien de camisa y corbata, muy atildado, cuyo cabello atestigua el paso de los años, mas remite a una excelsa melena que -seguramente- supo hacer estragos en sus años mozos. Las condiciones estan dadas, que comience la accion. Ella zurca los caminos de la impaciencia y la insertidumbre, tratando de encontrar respuestas en un telefono que nunca suena. Se vuelve a voltear, mira a la calle...y nada. Entonces toma el toro por las astas. Saca su agenda de su -tambien minima- carterita a tono, marca un numero, retorna a su posicion de perfil, y mientras espera que alguien atienda, le hace un comentario "simpatico" al hombre detras suyo, quien ya no puede ocultar sus ganas de ver qué es lo que sucede. El asiente -igualmente "simpatico"- y se genera el tipico "small talk" interrumpido abruptamente por una voz que responde del otro lado de la linea. El recupera su posicion de comenzal desinteresado, pero -con el ojo atento- se puede notar que su cara esboza un "halo" de Valentino tercermundista. En sus ojos se adivina un "todavia tengo la magia de cuando saliamos con la barra". Subitamente, un morocho, alto, en saco de cuero negro, con varios rollos de papel -simil planos-, entra en escena. Se acerca a la mesa de ella. El novio?! no, se saludan con un apreton de manos, estrictamente negocios. Hace ademanes de ir a pedir algo a la barra, ofrece traerle algo, pero ella se rehusa. En su paso hacia el fondo del bar, saluda -como quien saluda a un ciudador de garage, cuando esta sacando el auto- al hombre , quien segundos luego le aclara a la rubia :"si.....nos conocemos del barrio..". Los olvido por unos minutos, considerando que ya toda posibilidad de romance furtivo ha quedado en el pasado. Apoyo mi frente en el vidrio y me pierdo en el transito agitado de la avenida. El ruido de la puerta de calle me trae de nuevo a la realidad. Es el morocho que se esta yendo. Vuelvo mi mirada a la escena del crimen. Ella toma notas en su agenda, ordena papelerio, termina su -probablemente helado- cappuccino. El fuma reclinado sobre el respaldo de su partenaire, disfrutando el cortado de sobre-mesa con la mirada perdida. Su transe se ve interrumpido repentinamente por el movimiento de la silla de ella, quien se levanta de la mesa, se dispone frente a él y entrega una tarjeta en donde señala su numero de telefono. El contempla el bambolear de sus caderas abandonando la fonda, mientras traslada esa sonrisa que antes moraba en sus ojos, a su boca.  
La nada sobre la nada misma. La ficcion no siempre yace tan lejos de la realidad

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