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ARMAR UN FULL
18/08/04
  Nueve Te incorporaste sobre el respaldo laminado imitación de marmol negro de la cama. Para tu desgracia, cuando miraste a tu lado ella seguía alli. Yacía inmovil, diáfana. De no haber sido por sus mínimos movimientos estertóricos que ocurrían de cuando en cuando, habrías pensado que estaba muerta. Ja! muerta....Cuanta dicha tendrías que tener para que eso te ocurriera algún día. Manoteaste con desesperación la mesa de luz a tu derecha esperando encontrar el atado de cigarillo que habías visto minutos antes cuando el alcohol lo nublaba todo. Mientras encendías el anteúltimo cigarrillo, la volviste a mirar fijamente, como buscando una respuesta. En realidad no buscabas una respuesta, en realidad tratabas de justificarte a vos mismo el por qué de los acontecimientos. Tanto esfuerzo, tantos sacrificios, tantas concesiones se fueron al tacho en apenas cuarenta minutos. Pero eso no era lo que realmente te molestaba, te molestaba saberte débil. Te molestaba el hecho de que, por más resuelto que te mostraras, ella siempre iba a terminar gananado. Te molestaba conocer su talón de aquiles y no tener los conjones para lastimarla cuando era debido. Te molestaba saber que si ella hubiese estado en tu lugar no habría dudado ni un segundo en tomar la decisión, como lo hiciste vos. Una densa bocanada de humo se escapó por el costado entreabierto de tu boca. "Y si la mato?", pensaste. Nadie podría culparte, después de todo, motivos tenías de sobra. Además, nadie sabia de tu presencia aca. Ni al más perverso de los seres se le podría ocurrir que después de lo acontecido alguien pudiese tener la cabeza tan enferma como para volver a acostarse con esa persona. Sigilosamente recogiste una de las almohadas con tus dos manos. Te dispusiste perpendicular a su cuerpo desnudo, tomaste aire como si fuese la última vez y te avalanzaste sobre su cabeza. Todavía te dura el dilema sobre si sus últimos alientos los gasto pidiendo ayuda o diciendo "te amo".
 
10/08/04
  Ocho El vino había corrido en buena medida mientras comíamos. Calculo que la mezcla entre el alcohol, la saciedad de estómagos y el tabaco tendría bastante que ver con nuestra displicencia hacia la vida en ese momento. Pequeño tomó un libro de su maletín y empezó a leernoslo en voz alta. El fragmento hablaba sobre filosofía, sobre la soledad, sobre la tristeza, los desamores...bah, sobre la vida en sí. Oblicuo a él, yo intentaba concentrarme en sus palabras, pero ver de reojo como los cabellos de Abril se enredaban en sus dedos mientras jugueteaba hacía de ésta una tarea imposible. Después de 4 botellas de un muy sabroso Syrah, podrán imaginar que nuestro talante no era el mejor; sin embargo, uno podía describir una preocupación aparte en sus ojos negro profundo. Éramos sólo nosotros tres en toda la inmensidad de ese palacete de mediados del siglo pasado. La voz de Pequeño sonaba constante y melancólica, cubriendo de manera eficiente la falta de música que se había producido luego de que la púa marcara el final del disco. Y ahí fue cuando comenzó mi miseria: levantó bruscamente su cabeza (que hasta ese momento estaba tendida sobre la mesa), clavó su mirada en la mía y esperó -como quien escrudiña un territorio desde la altura-. Fueron segundos, milésimas quizás, pero para mi fue una eternidad, me parelicé. Entonces, aprovechando que la mirada de Pequeño estaba absorta en las letras de aquel libro, tomó mi mano, se sonrió y se echó a dormir sobre la mesa.
 
La nada sobre la nada misma. La ficcion no siempre yace tan lejos de la realidad

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